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Que cargue contra ti un gorila impone. Aunque antes te hayan instruido sobre lo que has de hacer: quedarte quietecito, con la cabeza gacha y en actitud sumisa, como Sigourney Weaver en Gorilas en la niebla. Rugen, se golpean el pecho y parece que te van a descuartizar. Puro teatro. Salvo que salgas corriendo o los mires a los ojos. Lo cierto es que aparte del susto y de las hormigas que se te comen vivo mientras estás agachado, el encuentro con un silverback —un “espalda plateada”, como se conoce a los grandes machos de gorila— en su medio natural es una experiencia emocionante como pocas. Los gorilas son salvajes y misteriosos. Son enormes y melancólicos, como King Kong. Son primates, como nosotros. Los ataques a humanos son raros, y casi siempre ocurren dentro algún zoo, donde estos grandes simios languidecen y te devuelven la mirada desde el otro lado del cristal o los barrotes, como diciendo: “¿Por qué yo estoy aquí y tú no?”. Solo queda una pequeña población en los bosques ecuator...